Mi hermana tuvo leucemia, y yo sólo tengo una hermana. Cuando se la diagnosticaron estaba embarazada de cinco meses.
-No hay cura, para ésta, le dijeron.
Yo sólo tengo una hermana. Mis padres y yo misma preguntamos en qué lugar del mundo, fuera el que fuera, costara lo que costara, podían curar a mi hermana.
-¿Dónde vive?
-En Zaragoza.
-Pues entonces, en el Miguel Servet de Zaragoza, en el público.
Hace cuatro días España tenía la mejor Sanidad pública del mundo. Hoy es un desastre que amenaza quiebra y al que hay que meter mano inmediatamente. Lo curioso es que los mismos que hace 4 años presumían de sus maravillas son ahora los que suspiran por pasar su gestión a manos privadas. Dicen que las clínicas con gestión privada son más baratas. Será porque el cáncer, los trasplantes y todas las enfermedades bestias que ponen a temblar lo poco o nada que somos, a temblar de verdad, se desvían a la pública.
Yo
temblé como un insecto junto a la cama de mi hermana durante aquellos meses de espanto. Quien me vio entonces aún piensa que no estoy bien de la cabeza. Temblé junto gentes de pueblos con las mejillas curtidas de cierzo, junto a ancianas que a duras penas sabían leer el menú y una familia gitana que venía con radiocaset incorporado, con la bata cruzada y el culo al aire no hay ricos ni pobres. Hay seres humanos que tiemblan.
¿Ante quién? ¿Ante quién tiemblan, lloran, se desesperan o sonríen? Ante su médico, el único que sabe. SABE.
Tengo la sensación de que en esta
sociedad rota, en la que unos se han quedado en la parte de arriba de la fractura y los otros se han desplomado a lo negro, hay poquísimas personas que transiten por ambos mundos, y las más notables son los médicos. Usted no sabe qué se come en el barrio punta del distrito más extrarradio, o más bien qué ya no se come. Los médicos lo saben. Usted no sabe con qué se lavan, o más bien con qué ya no se lavan. Los médicos lo saben.
Los médicos de la sanidad pública no saben sólo de enfermedades, saben del final del jabón, de la leche con agua, del alcohol asesino, de la falta de dientes, de las ganas de morir. Saben de todo eso, lo tocan a diario, lo huelen, cosa que la casta política, si alguna vez lo supo, lo ha olvidado, evidentemente. Ya los únicos que tratan con los que cayeron, los que van cayendo, con los del agujero de la miseria, son los médicos.
Seguramente por eso, porque saben, se han puesto en pie de guerra y no dejan que el Gobierno se salga con la suya. Ellos conocen, porque lo tocan a diario, el significado de esa "reforma" para una gran parte de la población.
Y por eso me fascina que intenten "reformar" la sanidad pública sin contar con la opinión del sector médico. Los políticos ignoran lo que duele otro mes sin proteínas.
Pero lo que sí sabe la casta que gobierna es cómo torcer la realidad para que el aire les sople a favor. Así que
lo primero que han hecho es difundir lo terriblemente mal que funciona la sanidad pública en España, la misma que marchaba a las mil maravillas hace cuatro días. Y a su lado, difundiendo su mensaje, los voceros de turno, esa parte de los medios de comunicación que es el sostén de tanto inepto, el único sostén, sin el cual difícilmente esos canallas habrían llegado a las sillas que ocupan.
La sanidad pública española es el sitio donde acudimos cuando la posibilidad de terminarnos nos respira en la nuca y nos echa a temblar. La sanidad pública española es el mecanismo que pone en marcha vacunas, campañas de prevención, tareas de higiene...
La sanidad pública española, donde con el culo al aire todos somos iguales, los de arriba y los de abajo, todos delante del médico que atiende nuestros temblores, tan ajenos al dinero.
Y sí, mi hermana salió de aquella, muchos meses después.
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